miércoles, 25 de abril de 2007

Pues mi pueblo es diferente.

Pues mi pueblo es diferente.

Aquí no se habla mal de nadie.

Tampoco se comenta que vaya a ganar nadie las elecciones. Posiblemente siga el mismo.

Aquí son bienvenidos los extranjeros. Eso si, están forrados casi todos.

En este pueblo no importan los problemas de pareja del vecino. Todos estamos preocupados de conservar la nuestra o en algunos casos de sacárnosla de encima.

Aquí, como todas las comunidades tienen césped comunitario y piscina, lo que si miramos mucho es que los muchachos esos que cortan el césped y cuidan la piscina trabajen sus horas y no fumen detrás de la casetilla de las herramientas.

Aquí no somos hipócritas. No nos hace falta porque no hablamos.

Yo tengo ganas de decirle al vecino del tercero que cuando saque el perro a pasear recoja la mierdecilla con un papel, pero no se como empezar la conversación.

Así que no digo nada.

Muchos vecinos, cuando tienen problemas, dejan una notita en los buzones quejándose de que “alguien” tira colillas a su jardin o los niños de “alguien” hacen mucho ruido.

El aludido en cuestión coge la nota para que no la lea nadie más e intenta corregir el problema.

Muy civilizado todo.

Mi pueblo es así, parece mentira que nos separen un puñado de kilómentros sólo.

¿Te gusta mi pueblo?

Te lo cambio.

by bernar

jueves, 19 de abril de 2007

BASURA

COMO LAS COSAS SE COMPLICAN.

El momento de oro dura unos segundos, rara vez más de un minuto. Y todo el mundo tiene su momento de oro. Es facil de localizar. Sólo hay que recordar si alguna vez el mundo fue perfecto.

Eugenio estuvo una vez en un mundo perfecto. En un instante de su vida quiso que el tiempo se detuviese porque intuia que cuando se llega a la cima de la perfección todo lo que se puede esperar es bajada hacia el caos.

Durante el resto de su vida ha recordado ese momento una y otra vez, y siempre ha sonreido al revivirlo.

Fue en su noche de bodas, se había casado con la chica más maravillosa del mundo y la fiesta habia sido estupenda. Pero todo mejoró tras atravesar la puerta de la habitación con su esposa en brazos.

Entonces Fani, sin mediar palabra, se despojó de su braguita y la encasquetó sobre la lámpara de la mesita de noche, para conseguir una iluminación óptima.

Ese fue el instante. Eugenio estaba allí de pie, contemplando la maniobra de su esposa, afanada en aquella lamparita amarilla. Y pensó:

- “Que se pare el mundo”

Pero el mundo no se paró.

Fani era la mujer ideal. Tenía un pequeño consultorio matrimonial donde ayudaba a parejas en apuros a reparar sus relaciones dañadas. Era experta en felicidad conyugal.

Eugenio trabajaba en la construcción. Le gustaba su oficio y la paga era buena.

Eugenio, hombre de pocas palabras, pensaba que no habia hecho meritos suficientes para merecer una compañera tan perfecta.

Revisando el album de fotos, Eugenio pensaba que el primer año en común era como una luna de miel interminable. Ni una sola discusión. Fani tenia siempre la palabra precisa, el gesto, la sonrisa necesaria para convertir cualquier inconveniente en un momento delicioso.

Pero esta visto que hay que pelearse, y cuando la chispa tarda en saltar, parece que el petardo suena más.

La primera discusión ( y la última) la tuvieron por un motivo insospechado: El calor residual.

Eugenio creyó que la infusión estaba ya en su punto y apagó el fuego de la cocina. Ya se sabe, luego vino Fani y le preguntó porque había apagado. Eugenio debió decir que lo sentía, pero dijo que el calor residual bastaba.

Ya no dijo nada más.

Fani era experta en discusiones matrimoniales, y sabía lo que Eugenio iba a decir, así que continuó la discusión ella sola.

-Ahora tu me vas a decir que la infusión es para ti, y yo que me gustan las cosas bien hechas y tu dirás…

Cuando Eugenio intentó decir algo para cortar la discusión en la que no estaba interviniendo ya era tarde. No había dicho nada y al parecer la habia insultado tres veces.

El perfecto dominio de Fani de todos los posibles matices de una discusión matrimonial se convirtió primero en un inconveniente, y luego en una barrera infranqueable.

Quiso retirarse al dormitorio para pensar algo que atajase esa situación tan violenta. “Eugenio, piensa algo, rapido” pero Fani le perseguía por el pasillo, continuando la discusión como una posesa.

Eugenio tuvo que echar el pestillo de la puerta para pensar . “Unas flores, reconciliacion… ¿Dónde puedo conseguir unas flores rapido?”

Aquello se le iba de las manos. Fani gritaba ya por toda la casa y Eugenio era incapaz de pensar algo. Estaba bloqueado. “ Mejor dar la cara”

Salió del dormitorio para oir el portazo.

Salió al portal para preguntar asustado.

- Cariño ¿Dónde vas?

El ascensor ya estaba bajando, pero se oyó la respuesta de la ofendida esposa tras la puerta metálica.

- ¡Con mi madre!

Su mujercita se había marchado a casa de su madre.

La gente especulaba ¿Qué habrá podido pasar? … Se les veia tan felices…

Nadie se cree la verdad. A veces es mejor inventar algo terrible para que te dejen en paz.

Por que una discusión sobre el calor residual…

Nunca llegó la reconciliación. Eugenio se quedó solo en aquella casa vacia. A veces intentaba reconstruir mentalmente la discusión para pensar algo que podría haber dicho, cualquier cosa… pero le dolía la cabeza y tenía que dejarlo.

COMO TODO VA A PEOR.

Eugenio es el vecino del tercero. Su mujer le abandonó hace ya algún tiempo, nadie sabe la causa pero todo el mundo en la escalera tiene alguna teoria.

Vive sin molestar a nadie, un hombre sencillo, de los que nunca tiran papeles al suelo, buenos dias en la escalera y pocas palabras mas. Esto daba pie a algunos vecinos para pensar que la culpa fue de ella.

Vivia Eugenio una vida tranquila, solitaria y ordenada. Vecino ideal, no daba ruidos, no se oponia a nada en las juntas. Para otros vecinos esto era señal evidente de que algo ocultaba. Para otros vecinos era evidente de que el culpable era él.

Se iba muy temprano a trabajar. Era muy valorado en el trabajo por su buen hacer y su entrega. Nunca faltó ni llegó tarde, nunca presento ningun problema. Tal vez su mania de aprovecharlo todo le ocasionaba algún problema. Su encargado le explicaba una y otra vez que para la empresa era más rentable comprar puntillas nuevas que pagarle a él los diez minutos que tardaba en recogerlas del suelo. Eugenio no podía evitar juntarlas y volverlas a su caja.

Tenía Eugenio esa única afición, la reutilización, el reciclaje de todo. Una vez oyó que en los paises asiáticos donde tanta gente hay, no usan papel en el retrete, pues todos juntos, podrían atorar el planeta con papel higienico elaborado con bosques tropicales enteros. Aquello quedó en su mente grabado a fuego y nunca comprobó la veracidad del dato, ni la fiabilidad de la fuente.

Simplemente lo creyó.

Las cosas en casa de Eugenio no iban directamente a la basura. Pasaban antes por una especie de limbo donde se les adjudicaba una nueva utilidad. Era como una última oportunidad a las cosas que tan bien le habian servido.

Este sencillo e inofensivo pasatiempo ocupaba todo el tiempo de nuestro discreto heroe. Por estar rodeado de objetos desechables y otros diseñados para perdurar pero desechados igualmente, el día de Eugenio era un continuo mirar aca y descubrir alla todo tipo de tropelias. La gente no deja de tirar cosas que han costado mucho dinero para poder comprar otras cosas. Luego nos quejamos de lo caro que es todo, pero no intentamos reparar las cosas, simplemente las cambiamos.

Quien sabe cuando saltó la chispa en aquella mente, es mas, quien sabe si aquella mente era tan cuerda como cualquiera.

De hecho nadie ha diagnosticado aún a Eugenio.

Pero nada es eterno. Eugenio a veces no tenía más remedio que tirar cosas tambien, porque no era dueño del mundo, y su espacio era limitado. Cuando llegaba el momento de tirar algo, solía despedirse de la cosa en cuestión.

- Adios, amiga, me has servido bien. – le decía a la maquinilla de afeitar oxidada.

- Ha sido un largo camino hasta aquí, te echaré de menos. – le comentaba al vaso roto.

Y de esta manera se despedia de las pocas cosas que no tenía mas remedio que tirar. Siempre que esto ocurria sentía un ligero pudor y pensaba que cualquiera que le oyera…

Hablar con las cosas no es delito ni sintoma de locura si nadie esta oyendo, de la misma manera que una tremenda matanza en un pais lejano no estremece al que tiene la televisión apagada.

Y en este mundo pequeño en el que vive Eugenio los dias se suceden.

ESCENA DEL SOFA .

Eugenio paseaba una tarde a la vuelta del trabajo cuando empezaron las cosas inusuales.

Habia sido una jornada dura pero provechosa, asi que se regaló tomando el camino largo a casa. En la tarde urbana gustaba de pasear observando como la ciudad evolucionaba a ojos vista.

Pasó junto a un contendor de basuras completo hasta los topes, apretando el paso como siempre. Se avergonzaba ligeramente porque no podía dejar de mirar las extrañas cosas que alli se encuentran, algunas en aparente buen estado.

Había un explendido sofa junto al contendor. Tapizado en piel, en color gris perla. Nuevo. Es mas, mejor del que había en casa frente a la tele.

Hay que ver lo que tira la gente.

Eugenio miró el sofá de reojo al pasar. Antes de pasar de largo ya casi lo había olvidado.

Seguía su camino y oyo la voz:

- Fotocopió sus nominas por mi.

Se detuvo. Lo había oido. Alguien le había hablado pero tenía miedo de volver la cabeza. Intuía lo que pasaba, y tenía miedo.

No había nadie más en la acera. Pero le habían hablado, así que retrocedió unos pasos e intentó escuchar en silencio. Los coches circulaban, los pajarillos piaban al fondo.

- ¿Alguien me ha hablado? – Susurró Eugenio.

Como nadie contestaba, se dispuso a retomar el paseo a casa.

- Que fotocopio sus nominas para pedir un crédito.

Era el sofá que estaba hablando. Ya no había dudas, era el. Charlaba hasta por las costuras. Eugenio echo una ojeada alrededor buscando una cámara oculta. No había nadie.

- Todavía no ha acabado de pagarme. Quedan cuatro plazos y ya estoy en la calle. Porque no hago juego con las cortinas, porque el salón esta muy cargado de muebles, porque … yo que se…

Una señora se acercaba con un niño de la mano. No era momento de charlar con un sofá asi que se marchó.

El corazón se le iba a salir.

Estaba ya lejos pero lo oía aún.

- ¡Vienen a por mi despues de las nueve!

- ¡Soy lo más comodo del mundo!

- ¡ Me convierto en cama cuando tengas invitados!

La señora y el niño pasaban junto al sofá y no oían nada. Cuando las voces las oye uno solo y nadie mas…

Eugenio llegó a casa bañado en sudor frío.

Y no comprendia nada, aunque lo intuia todo. Estuvo viendo la tele un rato, repasó su agenda y ordenó las facturas domesticas del último trimestre. Pero aquello no se le iba de la cabeza.

El coche de Eugenio estaba en la cochera. Siempre estaba en la cochera. Eugenio necesitaba tenerlo pero siempre procuraba no cogerlo. Caminaba al trabajo y hacía las compras cerca de casa.

A las ocho lo arrancó. A las ocho y cuarto estaba dando vueltas por el barrio. Es bueno coger el coche de cuando en cuando para cuidar la bateria.

Pasó junto al contenedor y allí estaba el sofá.

Reclinó los asientos traseros, parecía que el sofa no cabía de ninguna manera, pero entró. Parecía que no iba a poder subirlo por el ascensor pero pudo. Parecía que no iba a encajar en el salón junto al otro sofá, pero quedaron bien juntos. Apretaditos pero juntos.

El sofá ya no hablaba, pero parecia colaborar en todo de una extraña manera. Casi no pesaba cuando Eugenio lo movía de un lado a otro.

Eugenio pensó que de alguna manera había hecho una buena accion y se habia beneficiado de paso.

El salon quedaba cuco con dos sofas.

DE LO QUE LAS COSAS HACEN.

Eugenio empezó a coger el coche para ir al trabajo. Con las ventanillas subidas y la radio bien alta. No queria oir a las cosas.

Cada vez que pasaba por un contenedor las cosas le llamaban.

- ¡Eugenio, mirame!, ¡Estoy nuevo aún! – gritaba un espejo de baño.

- ¡Eh, tu, somos de tu número! – decian las zapatillas de deporte.

No podía pararse con ninguno de ellos, porque entonces, el contenedor se convertía en una algarabía. Nadie oia el escandalo. Sólo Eugenio.

Cada vez que se cruzaba con un vagabundo huía. Tenia miedo de convertirse en uno de ellos, empujando un carro de supermercado lleno hasta arriba de cosas inútiles.

Eugenio se miraba en el espejo y se preguntaba si se estaba convirtiendo en un tipo raro. Luego se volvia a mirar y se preguntaba cuanto tiempo hacía que era un tipo raro.

Dejó el trabajo y vendio la cochera. Con lo que sacó se tomo unas vacaciones. Se convirtió en un paseante curioso, empezó a escuchar a las cosas de los contenedores. Las botellas gritaban ¡Todavía tengo tapon!, los muebles cantaban sus caracteristicas y desde el fondo del cubo algún pendiente gritaba ¡Que soy de orooooo!

A veces se paseaba por el vertedero municipal a darse un baño de multitudes. El se ponía contra el viento para no oler la basura y escuchaba la sinfonia de cosas vivas que sólo el oía. A veces las cosas coreaban su nombre como si fuera un deportista famoso, y tenia que irse corriendo.

Los vecinos cuchiceaban a sus espaldas y, aunque no molestaba a nadie, empezaron a mirarlo mal.

El se daba cuenta, pero ya no le preocupaba la gente. Lo único que que le importaba eran las cosas.

Su madre lo llamaba y le preguntaba que había comido. Todos los días. Eugenio dio de baja el teléfono. Pero no lo tiró. Lo guardó por si…

Las cosas elegidas estaban en su casa, apiladas, haciendole sitio a él, que las comprendía. Eugenio no podía escucharlas a todas, así que seleccionaba lo mejor, lo más… ¿util?

Y decidió buscar una casa más grande, porque ya casi no cabian todos en el piso.

DE LO QUE SIEMPRE ACABA OCURRIENDO.

Recibió Eugenio una llamada de Fani.

Eugenio la seguía queriendo, pero algo dentro de él había cambiado.

Se citaron en una cafetería. Eugenio estuvo pensando toda la noche frases cortas y adecuadas..

Nada de lo que arrepentirse.

Llegó media hora antes a la cafetería. Desde donde se sentó se veía el contenedor al otro lado de la calle. Pero no era momento. Tenía cosas más importantes entre manos, así que lo ignoró.

No iba a meter la pata, no iba a decir nada que no quisiera decir. Repasaba mentalmente la conversación. Las posibles variaciones…

Una señora se acercó a tirar una bolsa pero se lo pensó mejor. En vez de tirarla dentro del contenedor se entretuvo en colocar la basura ordenada en la barandilla del parque. Eran zapatitos de niño.

Había unas botas de agua muy graciosas, con dibujitos, y unas zapatillas de estar en casa que eran unos cachorros de leon de peluche. En total seis pares de zapatitos.

Pero Eugenio no tenía niños pequeños. Y mucho menos con Fani a punto de llegar…

Los zapatitos empezaron a cantar con las vocecitas…

Un ciervo en su casita

Miró por la ventanita

Y un conejo que lo vió

A su puerta llamó.

Eugenio a esas alturas ya no se dejaba impresionar. Otra señora pasó y se paró a examinar las botitas de agua. Pero las volvió a dejar en su sitio y siguió su camino.

Ciervo abreme

Que el lobo me quiere comeeerr¡

Que quiero contigo estar

Y tus brazos es- tre- charrrrrrr¡

La señora vuelve. Saca una bolsa y guarda las botas de agua. También las zapatillas de estar en casa. ¡ Se lo lleva todo¡

No, se deja unas zapatillas de deporte. La verdad es que parecen demasiado pequeñas. Pero no rotas. Es evidente que las han tirado por haberse quedado pequeñas, no por usadas. Pero bueno, asi es la vida.

Fani llegó al cuarto de hora . Encantadora, sonriente, más guapa que nunca. Se pidió un descafeinado. Llevaba un traje verde. Habia dejado de fumar. Se habia cortado el pelo. Habia rehecho su vida.

Cuando ella dijo que había conocido a alguien Eugenio perdió todo interés en la conversación y estuvo un par de veces a punto de despedirse, de hecho, hizo el gesto de levantarse pero Fani parecía interesada en decirle algo.

Le cogió la muñeca.

- Eugenio, no puedes seguir asi…¿Qué llevas ahí, unos patucos?

- Un momento ¿Seguir como? Yo estoy bien, no pido nada a nadie, no me meto en la vida de nadie, soy feliz y hago mi vida ¿Qué problema tienes conmigo?.

- Te los has encontrado en la basura, ¿Verdad?

Eugenio tuvo una sospecha. La sospecha se convirtió en un destello. El destello se convirtió en una luz que bañó todo su cerebro y se levantó.

- Eugenio, no he acabado.

- Francamente, me importa un bledo.

Eugenio apretó el paso porque estaba lejos de casa. Fani le había citado lejos de casa y había alargado la conversación . ¿Qué conversación? . No habia dicho nada. Sólo había ganado tiempo.

Eugenio apretó el paso un poco más y empezó a correr. Aquello estaba cada vez más claro, pero Eugenio no podía correr más. Tuvo que detenerse porque se ahogaba.

Pero enseguida recuperó el resuello y volvió la esquina al fin.

Alli estaban.

Había un camión, en la calle, frente al portal. Unos hombres lo cargaban con bolsas.

A Eugenio le hubiera dolido menos que fuera un camión de mudanzas, pero no, era un camión de basuras.

Ya estaban acabando. Los vecinos lo miraban desde sus balcones. Todos estaban en el ajo.

Su madre estaba en el portal, lo abrazó , lo besó, lloró y le pidio por favor…

- Eugenio, eres joven aún, puedes rehacer tu vida.

- Déjeme madre, que se llevan mis cosas.

Cuando Eugenio subía las escaleras se cruzaba con los operarios cargados con bolsas negras, y oía los gritos en el interior, los alaridos de horror sofocados por el plástico…

Podía adivinar sin error el contenido de cada una de las bolsas grises por las voces de las cosas. Uno llevava el respaldo del sofá. Lo habían desmontado para bajarlo por la escalera. Ya no hablaba.

LA LLAMADA

Habían dejado una cama, una silla y la tele. El piso era grande otra vez.

Eugenio cerró la puerta cuando salió el último operario con la última bolsa.

No sentía nada. A ratos pensaba que había ganado espacio y más tarde echaba de menos las cosas, una a una.

La casa parecía más grande. Todo retumbaba, sus pasos, el murmullo del agua…

¿El murmullo del agua? Seguro que se han dejado un grifo abierto.

Eugenio entró en el aseo. Tambíen lo habían vaciado. Sólo estaba el espejo del lavabo.

Pero no había ningún grifo abierto.

Eugenio se quedó quieto y escuchó el sonido del agua, si, ahí estaba. Lo siguió en silencio hasta llegar al sumidero del lavabo. Acercó el oido y oyó:

- Soy el mar…

Eugenio comprendió que aquello le rebasaba y decidió dejarse llevar.

Era ya noche cerrada cuando salió a la calle. Ya nada le retenia a ningún lugar y comenzó a andar.

Los papelillos de la acera se aremolinaban ante el como si el viento los moviera pero no habia viento. Ordenaditos caian ante sus pasos, como pétalos a los pies de una princesa. Y le guiaban.

Y la gente murmuraba: ¿quién es ese andrajoso? ¿por qué camina como si fuera dueño de la ciudad?

Eugenio caminó por la avenida, y las hojas secas se alinearon para el, igual que las latas de aluminio de la autovía, y los vasos de plastico del paseo marítimo.

Llegó a la playa. No hacía buena noche pero el mar estaba hermoso. Miro la ciudad, y siguió andando mar adentro. Ni los zapatos se quitó. (Aunque se los hubiera quitado le hubieran seguido)

Caminó unos pasos hasta que perdió pie, y se dispuso a morir ahogado en nombre de no se sabe que causa perdida.

Repasó mentalmente su vida y sintió una presión en el pie. Algo le empujaba en las plantas. En las plantas y en las palmas de la mano, y en los codos, algo emergia y le impedía hundirse.

Cuando su cuerpo estaba totalmente fuera del agua comprobó que había una garrafa de aceite vacia, varias botellas y un camión de jugete. Las cosas de plástico abandonaban el fondo para auparlo.

Y se veian las estelas, más y mas cosas acudían desde todas las direcciones buscando al naufrago de la ciudad.

Se le pierde de vista navegando en un gigantesco buque de plásticos. Como te lo cuento.

EL TIO DE LA ISLA

Aunque mi información ya no es tan buena a esta altura de la historia tengo que seguir contando.

¿Qué pasa con nuestro heroe? Se le pierde el rastro mar adentro flotando sobre una isla de desperdicios flotantes y poco más se supo de él.

Para continuar la narración hay que volver a la mas antigua fuente conocida : Las historias de marineros. (y la menos fiable, según algunos)

Cuentan los marineros que la isla ya no flota, esta quieta y crece cada día.

Los pescadores dicen que los acantilados son al norte de latas de cerveza, y al Este de botellas de vidrio.

Algunos cuentan que hay arboles frutales, de todas las frutas exoticas que se ven en los supermercados, y el suelo es el más fértil que existe.

Otros cuentan que un hombre misterioso reina en la isla y vive en una casa hecha de materiales preciosos, mandando en las cosas como un padre amoroso. Los muebles son de maderas nobles y la vajilla es la del Titanic, pero no la que venden en la teletienda, la del Titanic de verdad.

Otros cuentan que han desembarcado en una playa de chapas de refresco y unos misteriosos sucesos los han obligado a volver al mar.

Los del centro de buceo cuentan que la isla en realidad es una montaña de escombros engarzados como un puzzle. Han recogido trozos de azulejo y ladrillo para analizar, y hay quien los cree, pero al volver a superficie todos habian perdido sus muestras.

Los bañistas han notado que el agua está transparente como nunca. Ya no flotan las compresas en las olas.

En resumen, Eugenio es feliz, la basura le proporciona todo lo que necesita. Ya no le atormenta y la tiene recogidita y concentradita ya no desperdigada por todos los rincones, como siempre suele estar, por mucho que el ayuntamiento se esfuerze...

EXTRAÑOS EN EL PARAISO

Paseaba Eugenio por una pradera tapizada de bolsas de supermercado que ondeaban como un campo de trigo, cuando vio que en el horizonte marino se acercaba una estela veloz. Eugenio no estaba preparado aún para visitas, asi que sabía que no llegaría.

Pero llegó.

Una lancha rapida desembarcó en la playa y unos hombres muy bien equipados lo rodearon como quien rodea a una serpiente de cascabel.

Iban armados, estaban seguros de lo que hacían y estaban preparados para todo.

- Acompañanos, hombre basura. Esto no puede continuar.

Eugenio no sabía que decir. No iba a abandonar su isla ahora que los limoneros estaban tan cargados. No le pareció mal lo de hombre basura, lo que a cualquier otro hubiera incomodado.

- Señores, yo no hago mal a nadie aquí, estoy en medio del mar, lejos de todo, a nadie pido nada ¿quién quiere mi mal? ¿Quién puede temer algo de mi?

Eugenio observo que el hombre que hablaba no respondía directamiente. Se oía una vocecita susurrar dentro de su casco. Una o varias.

- El departamento de defensa quiere saber, hombre basura, la guardia costera no puede acercarse, la ley dice... estas ocupando un espacio...

- ¿hasta aquí llega la especulación inmobiliaria? Estoy en medio del mar, lejos de todo.

Emergian hombres rana en la playa, perfectamente equipados se situaban estrategicamente.

Todos ellos se encontraron a un tipo tranquilo y por segundos lo estaban convirtiendo en una autentica amenaza que debían reducir a la fuerza.

Eugenio quería invitarlos a todos a un refresco y explicarse en una amena conversación. Pero la cosa iba a peor por momentos.

Ya se sabe en estos casos.

El que hablaba se acercó y le quiso coger del brazo suavemente. Eugenio dio un paso atrás y quizo zafarse suavemente. Pero a su brazo acompañó una ola de acero inoxidable y aluminio que lanzó al servidor de la ley a varios metros de distancia.

Hay un protocolo de actuación, así que los muchachos se dispusieron a abatir al sujeto.

Eugenio cubrió la cara con los brazos y se dispuso a morir acribillado pero no recibió impacto alguno, con sus brazos se elevó un pesado muro de electrodomesticos y maquinaria industrial que absorbió todos los disparos. Una lavadora recibió una ráfaga de ametralladora y un frigorífico vacío se llenó de plomo en segundos.

Eugenio sintió lástima por aquellos cacharros que habían gastado su segunda oportunidad dándolo todo por él.

Todos retrocedieron unos pasos sorprendidos, que no asustados, ya que son los mejores entre los mejores.

Eugenio sintió el poder recorriendo su cuerpo. Podía oir el aliento de las cosas susurrandole consignas de ánimo y apoyo incondicional, estamos hablando de un tipo sereno que empieza a sentir la sangre bombeando en la sien.

Al brillo en el ojo de Eugenio sigió una lluvia de golpes con cacerolas, sillas de playa, ollas a presión, motores de cortacésped y todo tipo de objetos contundentes, golpeando a los muchachos desde todas direcciones.

Maltrechos, intentaron un último ataque pero aquello ya estaba decidido.

Un gigantesco puño de metales diversos barrió la playa lanzando a todos los invasores al agua.

Los chicos se hundían en agua salada. “no podemos con este tio” comentaban. Abandonaron su equipo pesado y emprendieron una retirada tactica a nado.

Eugenio no se sintió bien por la victoria. Intentaba calmarse. Unas patrulleras recogían a los nadadores aquí y allá.

En uno de los barquitos pudo divisar la figura que le hablaba con un megafono:

- Eugenio cariño…

Era ella.

-Eugenio, cariño, habla conmigo. Estamos en la tele.

La singular batalla estaba en directo en todos los hogares del mundo. Eugenio quiso otra vez huir de todo, de Fani, de la isla, de las cámaras en helicopteros, pero sin salir de la isla, que se desmoronaba, se hundía a medida que todo acababa.

Desenbarcó de un bote blanco un señor muy trajeado que hizo un gesto a los guardaespaldas para que esperaran en la playa junto al bote.

Eugenio estaba sentado en el suelo, escuchando el crujido de la isla, que se despedía con palabras amables.

El hombre se plantó ante él y guardó las gafas de sol en el bolsillo.

- Bien, señor basura. Aquí estamos. Usted manda en lo que no sirve y yo mando en todo lo demás. No somos tan diferentes.

Eugenio lo miró y volvió a mirar al suelo.

- He venido a hacer un último intento. Puede que ambos queramos lo mismo. Pero necesito saber, necesitamos saber cuales son sus intenciones. Digame que es lo que quiere.

- ¿Lo que quiero yo? – preguntó Eugenio sin levantar la cabeza.

- Soy el genio de la lampara. – el hombre se puso las gafas otra vez y sonrió - Pídame cualquier cosa.

- Pues apartate un poquito que me quitas el sol.

Todo tiene solución… Eugenio, hablame.

Eugenio se encogió de hombros y abandonó toda esperanza. La isla comenzó a desmoronarse.

Las latas se dispersaron, los plásticos fueron los últimos en hundirse.

Nunca encontraron el cuerpo del hombre basura.

En la playa, volvieron a flotar compresas, mecidas con las olas…



BY BERNAR





LAS BUENAS LENGUAS Y LA TAQUICARDIA

Otra vez aqui, de vuelta de vacaciones . Con la mente llena de preocupaciones, y vacìa de inspiraciones. Pero hasta para no escribir nada interesante hay que tener un poco de iniciativa, vamos digo yo...

En mi pueblo se cuenta últimamente que las proximas elecciones municipales las va a ganar el PSOE, Izquierda Unida, el PP o yo que sé. En mi pueblo, la gente habla de áquel que salió corriendo cuando tropezó con otro vecino indeseable, del otro al que le ha dejado su mujer y que ahora viven "separtaos", o de ése que buscó novia en la tele y ahora es el hazme de reir de todo el mundo.
En mi pueblo se habla de todo, la gente habla, murmura que los moros no son bienvenidos aquí, que los rumanos tampoco , sino vienen a trabajar y sí a mendigar y a delinquir.

Joder con mi pueblo¡

Aquí no se habla bien de nadie, excepto de lo buenos que somos acogiendo a los inmigrantes ("probe-ticos") ilegales. De lo bien que limpiamos las calles y barremos por la mañana temprano, cuando aún no ha salido el sol. De lo mucho que nos preocupamos por que nuestros vecinos no lleguen muy tarde a su casa de la taberna apestando a cerveza , el mejor , y a cazalla el más pendenciero.

Aquí nos preocupamos por la pajilla del prójimo y no por las 5000 toneladas métricas de acero de nuestra conjuntiva ocular. Es así, Bernar...

viernes, 6 de abril de 2007

martes, 3 de abril de 2007

SEMANA SANTA Y FAMILIA EN CRISIS

Quién no ha tenido alguna vez problemas en su familia?
Tus hermanos se deshacen en trizas tras años de " quiero y no puedo". Tus sobrinos tienen problemas
a los que no dan explicación racional. Tus padres se sienten viejos para llevar tanta carga. Enumeraciones inacabables de problemas sentimentales, de salud mental, de rupturas conyugales.
Pero, a pesar de tantas vicisitudes, piensas que por qué no vas torear tantos vendavales. Si tú puedes contra un tsunami de dimensiones bíblicas...


Tú vuelves a antiguos vicios, que ya creías superados, tus hijos pasan por enésima vez a traves de laberintos que diezman sus energías...
Qué pasa , acaso no vas a reaccionar a tiempo. Pues claro que sí.

Oye, cabrito de las ruinas¡ ¿Cómo coño te llamas?

¡Escucha¡ , aquí estoy desafiante ante todo mal que nos venga. Puedo, con mi fuerza, con la de los míos. Esta rebeldía, no nace sino de la seguridad que da la inseguridad sobrevenida. Y ante eso, no hay mas alternativas que las del corazón fuerte que en mi pecho vive para luchar con la certeza de un final feliz, como en las mejores películas de Hollywood.

Esta realidad, que ficción parece, nos llevará a unirnos aún más. Jodía familia.