martes, 27 de febrero de 2018

Te arrastré.

Te arrastré. Te resistías una y otra vez. Y yo me empeñaba en traerte a orilla, seca. Sana y salva. Te ahogabas, pero gustabas de esa costumbre de estar ahogada, apagada como hoguera en día de San Juan a horas vespertinas. Y yo me empeñé en sacarte fuego con pequeñas astillas que se sacaba a duras penas de mi bolsillo de sueños. A veces, se encendían y duraban días y días, con fulgor inusitado. Mas no prendían por mucho tiempo. Cuando te recuperaba, yo también me perdía. Me perdía en el empeño, pues de todos es sabido que las cerillas mojadas no arden. Fui al bosque a buscar madera más seca. Me interné en zonas inexploradas y por fin hallé leña pequeñita, minúscula y seca. Dispuesta para prender. Aún así, la leña era escasa y tú te empeñabas en sumergirte de nuevo en el mar oscuro y tenebroso. Siniestro mar de penas e incapacidades. Tanto fui a buscar con qué prenderte, que me entretuve con otras sirenas del bosque. Y me demoré y volví con mal genio y pesadumbre. Fue muy desesperante mi ausencia para ti, aunque sólo duró un segundo. Te arrastré , mas tu dejaste anclados tus dedos en alta mar. ¡ Cuánto te pude amar¡ ¡Cuánto arrojo puse en tu salvamento, y tú llanamente me decías: sólo vine a la orilla a jugar, no quiero ser salvada pues hallada estoy en lo mojado¡¡¡ Ayer te observé como flotabas translúcida por las olas y de tus costados brotaron aletas y pequeñas agallas que me resolvieron la verdadera condición de pez que siempre poseíste. ¿ Quién puede salvar a un ser marino de su propio medio natural? Empeño inútil y vacuo de rizos dorados compuesta y destello de sol de verano. Y todo fue un sueño, un largo y efímero dormitar. D. Segovia Ruano 2017 finales